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divendres, 6 de desembre del 2013

informe PISA



Después de escuchar y leer los análisis posteriores a la publicación del famoso informe PISA, me ha sido imposible no escribir sobre ello. Siento un cúmulo de indignación y perplejidad que sobrepasa mis límites lógicos y reflexivos.
En primer lugar, y antes de entrar a comentar las fantásticas aportaciones del Ministro y de la Consellera d’Educació, quería valorar el concepto del informe en sí. Se entienden sus resultados como la ejemplificación de la calidad de la enseñanza de un país, pero ¿cómo podemos dejar que se valore algo tan importante con datos únicamente cuantitativos? No se tiene en cuenta lo que verdaderamente nutre la pedagogía, que son las relaciones, las experiencias, los sentimientos y todo aquello que nos hace sentirnos más humanos. Con informes como este valoramos la calidad de la educación en función de cómo los alumnos plasman en un papel unos conocimientos que muy probablemente olvidaran en breve. Entiendo que este método de evaluación es el reflejo de una educación capitalista y material que solo concibe los resultados numéricos como objetivos a cumplir. Y yo les pregunto, ¿se puede cuantificar la alegría, la tristeza, las amistades, etc.? La respuesta es no. Todo aquello vivencial no se puede, ni se debe medir. Claro está, que yo parto de una perspectiva educativa enfilada desde las teorías de Neil, Pestalozzi, Ferrer i Guardia y muchos otros que entendieron que la finalidad del proceso educativo no era alcanzar una meta cuantificable. Percibieron que la etapa educativa debía ser comprendida como un momento de desarrollo vital en que los alumnos por si solos, y desde el respeto hacia ellos, elegían su propio camino. De esta manera, y desde mi humilde posición, pongo en duda que el informe PISA sirva como baremo para valorar en qué situación se encuentra nuestra educación. Solo nos sirve para evaluar en qué nivel se sitúan nuestros estudiantes en relación a tareas repetitivas y metódicas sobre temáticas poco interesantes.

El otro punto que quería analizar son las declaraciones de Irene Rigau (Consellera d’Educació de la Generalitat de Catalunya) y de Jose Ignacio Wert (Ministro de Educación). Argumentaron que si Cataluña y España han bajado en las puntuaciones es culpa de las fuertes oleadas de inmigración. Sinceramente, uno se queda sin palabras. ¿Cómo se puede realizar un análisis tan simple, de una situación tan compleja, desde los máximos órganos representativos? Que manera de “echar la mierda” a otro, y de evitar hacer una autocrítica a nivel de gestión política en el ámbito educativo. Se olvidan de los infinitos recortes, de la precariedad en que se encuentran muchos centros, de las múltiples reformas ideológicas que ha sufrido el sistema educativo y de lo más importante, que no se puede culpabilizar a un colectivo de personas tan diverso y plural de ser los culpables del fracaso que se vive en las escuelas.
Pero estos hechos también sirven para darnos cuenta de quien esta en el poder y de su capacidad de análisis y critica de un informe. Estaría bien hacerles un informe PISA a ellos, seguro que echarían la culpa a los sin papeles de un posible mal resultado.
El ultimo punto que me gustaría remarcar es que los países que salen como primeros de la lista son los orientales, en que en muchos de ellos los niños y niñas son obligados a estudiar 12 o 14 horas al día y la presión social y familiar es tan grande que en algunas ocasiones lleva a la exclusión social, o al suicidio, a los que no superan o alcanzan el nivel exigido.
Así, que desearía que nuestros dirigentes del ámbito educativo analicen con profundidad todo lo que envuelve lo pedagógico y social, y no se limiten a comprensiones tan superficiales y sin sentido.