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dijous, 26 de març del 2020

El tiempo y su virus


El tiempo ocupa los primeros puestos de la escala de valores en la mayoría de las personas. Expresiones como: si tuviera tiempo y dinero o el tiempo es oro son muy comunes en nuestro día a día. Quizás es porque el tiempo no se puede recuperar, es algo que se escapa de nuestro control y avanza independientemente de lo que pase. Mucho se ha escrito sobre ello, ya en la época de Platón, Aristóteles o Newton y muchos otros pensadores contemporáneos. La física también se ha posicionado en la noción de espacio – tiempo, dando lugar a extensas consideraciones sobre este concepto.

Para mí, el tiempo nos da estructura. Un segundo está inscrito en una hora, una hora está inscrita en un día, el día lo está en una semana, la semana al mes, el mes al año y así infinita y circularmente. Mientras, el sol y la luna se alternan la presencia, cambian las estaciones y los planteas de nuestro sistema solar van orbitando alrededor del astro rey. A los humanos, esto nos da seguridad porque podemos enmarcar nuestra vida en esta estructura. Podemos planear, idear y fantasear estando seguros que toda esa disposición temporal sucederá.

Pero el liberalismo y nuestro sistema económico y cultural le han puesto precio y consciencia al tiempo. Precio en función de nuestra capacidad productora y consumista. Es decir, nuestro tiempo se valora en relación a lo que podemos producir o consumir. El tiempo de ocio o de trabajo se tiene que ocupar con tareas, actividades o quehaceres para no parar. Aquí entra la consciencia. La consciencia que nos recuerda que parar no es bueno y no nos conviene porque entramos en recesión, en crisis. Personal, social y económica. Si el país para, se hunde y si una persona para, se deprime. Quizás porque la vida actual es insostenible, porque no nos soportamos, porque no aguantamos el dolor que causan nuestras acciones o nuestra forma de vivir. Quizás porque el capitalismo lo ha invadido todo, pensando que todo será infinito y que la vida en el planeta será eterna. Quizás porque hemos tapado toda la miseria comprando cosas que no necesitamos, y ahora que no podemos hacerlo, petamos. 

El virus del COVID-19 nos ha obligado a detenernos, a parar. A nosotros y al sistema. Y en este parar, irremediablemente nos ha provocado una mirada interna. ¿Qué no funciona del sistema? ¿Cuánto de efímero es todo esto? ¿Y en nuestra vida, qué no funciona? Y así muchas preguntas que aparecen cuando paras. Parar es disidente pero doloroso. Porque la incertidumbre y los malestares ocultos tras la producción y el consumismo, ahora florecen e invaden nuestros pensamientos. A veces, esto es insufrible. 

Por suerte, siempre nos quedará la seguridad inequívoca de que el tiempo, pase lo que pase, avanzará. 


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