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dimecres, 30 d’octubre del 2024

La incondicionalidad de la educación social

La educación social, suele acontecer en un encuentro entre dos personas. Tu cuerpo y su cuerpo se entrelazan en el baile que supone la relación socioeducativa. En el vaivén de aquello que va sucediendo, con intensidades variables y formando un ejercicio profundo y complejo de medir bien las distancias. Calcularlo no es una tarea fácil, en tanto que las historias de vida se impactan entre sí, se conjugan y se mezclan en los matices que aportan las experiencias vividas. Esa es la relación que se construye con el otro. Ese será el vínculo que pueda forjarse en la más sincera intimidad de lo personal.

Supongo, que es lo que se espera que hagamos: estar presentes y disponibles para acoger lo que venga, dejándonos impactar. Porque así, lo que le ocurre a los sujetos tiene un efecto en nosotros y ellos pueden interiorizar la capacidad de modificar el estado de ánimo de quien está a su lado. Así, su identidad coge fuerza y valor en tanto que florece el sentimiento de pertenencia.

Esto me lleva a pensar, en la función “reparadora” que tiene nuestro oficio.

Siempre decimos que acompañamos en el camino que hace el otro hacia donde quiera que vaya. Posicionándonos al lado, nunca delante ni detrás. Para que sea el otro quien guía, quien decide y quien toma la iniciativa de sus decisiones. Pero quizás esta posición requiere un empoderamiento vinculado a una autonomía, que algunos de los sujetos que acompañamos, no pueden sostener. Porque algunas de las personas que atendemos, vienen con la herida hecha, supurando y con dolor. En la metáfora de acompañar en el camino de vida, hay personas que están sentadas en el suelo porque les horroriza levantarse y caminar. Porque a veces, mirar el paisaje de la vida duele hasta límites insoportables.  En esos momentos, quizás se necesita alguien que se siente en el suelo y pueda decir que esperaremos lo que haga falta, que si necesita una mano para levantarse o necesita avituallamiento, lo encontrará en nosotros. Que no tenga prisa, que no nos iremos. 

Por eso, nuestra función también tiene que tener esa parte de reparación. Para fortalecer los vínculos, para ofrecer amarre y seguridad y sobre todo para brindar la oportunidad de tener a alguien al lado que te mira y se preocupa, sin juicios, ni intenciones ni condiciones.

Nuestra profesión, responde a un acto artesano simbólico pero a la vez contradictorio, el de la dicotomía: ligar y desligar, hacer y deshacer, hablar y callar, amarrar y soltar. En cada momento hay que encontrar el difícil equilibrio entre todas las partes para dar autonomía al sujeto, pero ofreciendo la seguridad, que hagan lo que hagan, nosotros estaremos allí. Porque nuestro oficio, tiene algo maravilloso y es que es incondicional.  

 


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