Todas
las personas, al nacer se nos ubica dentro de un grupo social dependiendo de
nuestro sexo. Al aceptar estas categorías sociales se nos identifica con unos
elementos que se han generado dentro de un contexto, tiempo y lugar concreto.
De esta manera, a la diferencia biología se le ha asignado un contenido
psicológico, social y cultural.
Esto
lo digo porque indagando por un manual al que le tengo demasiada manía, el
DSM-V, he observado como en un apartado pone lo siguiente:
Disforia
de género en niños. 302.6 (F64.2)
A. Una
marcada incongruencia entre el sexo que uno siente o expresa y el que se le
asigna, de una duración mínima de seis meses, manifestada por un mínimo de seis de las características siguientes:
Y entre estas características, llega lo más sorprendente:
ü Una marcada
preferencia por los juguetes, juegos o actividades habitualmente utilizados o
practicados por el sexo opuesto.
ü Una marcada
preferencia por compañeros de juego del sexo opuesto.
Con esta clasificación, se puede atisbar un peligroso
ejercicio. Caemos en un territorio donde se promueve el acto de estigmatizar e
incluso medicar y diagnosticar a niñas y niños. Pero por un problema que va
mucho más allá de la necesidad higienista psiquiátrica de controlar y catalogar
a las personas, ya que responde a una inadecuación en las conductas homogéneas
de género. Aquel niño o niña que no responde a las pautas conductuales
normalizadoras ya es mirado con lupa, con una precisión psiquiátrica para ver qué
le pasa. Algo se sale de lo normal, algo va mal. En consecuencia, hay que
actuar. ¿Cómo es posible que prefiera los juguetes del sexo opuesto? ¿O
prefiera jugar con el sexo opuesto?
Ante estas preguntas, me doy cuenta de que el problema es
mucho más estructural y complejo de lo que pensaba. En el momento en que preferir
jugar con el sexo opuesto pueda ser una característica de un trastorno mental,
es que el poder biomédico está alcanzando cotas totalmente insospechables. Por
otro lado está el tema que a la inconformidad con el sexo subjetivo solo se le dé
respuesta des de la vertiente clínica y médica, hecho que nos conduce a este
tipo de clasificaciones. Y también a repensar el papel de lo social en el marco
de lo trans.
Pero en la base de la educación, en uno de los pilares
psicoeducativo referentes en la vida de una niña o niño, ya se tratan las
diferencias con el patrón de género des de una perspectiva biomédica. La diferencia
no es aceptada. No se piensa en que una persona con sexo masculino pueda tener actitudes,
idiosincrasia y pensamientos diferentes de la construcción social de género
establecida. Necesitamos catalogar,
controlar y silenciar aquellas voces inconformes con las estructuras sociales y
culturales. Esas niñas y niños tienen (o son propensos a tener) un trastorno
mental. Esa es la respuesta rápida, fácil y que perpetua este sistema que
excluye, discrimina y medicaliza.
Por lo tanto, solo pienso que debería haber otras
alternativas para afrontar las situaciones en que los patrones de masculinidad
y feminidad no se repitan. Debería haber otros espacios, otros escenarios con
otras actitudes que no discriminen y categoricen. Dar ese espacio de seguridad
donde la niña o el niño pueda escoger antes de ser diagnosticada. En donde
pueda definirse con el tiempo como una mujer masculina o un hombre femenino o
como le dé la gana, (dentro de esta sociedad heteropatriarcal) sin necesidad de
sentirse enferma y controlada.
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