Para todos aquellos que tenemos alguna relación con la salud mental, hemos oído muchas veces que personas con diagnostico se autodenominan: personas sensibles o con mucha sensibilidad. No solo me refiero a aquellos diagnosticados de Alta sensibilidad, sino más bien quiero hacer referencia a la subalternidad en la cual viven los trastornos mentales, los diagnósticos y la salud mental en general, donde la sensibilidad es un tema recurrente.
Antes de empezar creo que es necesario deconstruir la palabra etimológicamente.
La palabra sensibilidad viene del latín “sensibilĭtas” y significa “cualidad de poder sentir estímulos, por medio de los sentidos”
Si analizamos el ser humano y su sufrimiento des de la óptica de la diversidad, podemos entrever que toda persona indistintamente de como sea, es capaz de sentir. Por lo tanto, es capaz de ser sensible.
En este sentido, la RAE nos dice que,
sensibilidad.
(Del lat. sensibilĭtas, -ātis).
1. f. Facultad de sentir, propia de los seres animados.
2. f. Propensión natural del hombre a dejarse llevar de los afectos de compasión, humanidad y ternura.
3. f. Cualidad de las cosas sensibles.
4. f. Grado o medida de la eficacia de ciertos aparatos científicos, ópticos, etc.
5. f. Capacidad de respuesta a muy pequeñas excitaciones, estímulos o causas.
Me llama la atención la descripción 2 donde aparece el concepto “Propensión natural” dado que se concibe como un hecho intrínseco “a dejarse llevar de los afectos de compasión, humanidad y ternura”. Así, deducimos la sensibilidad por una cuestión emocional que va de serie en el ser humano, como un distintivo más dentro de la ecología de elementos que caracterizan una persona.
Esta introducción es relevante en tanto que demuestra como la sensibilidad es inherente a nuestra especie. No hay personas insensibles, no hay nadie emancipado del dolor, ni del propio ni del ajeno. Entonces, ¿Por qué se castiga ferozmente a las personas sensibles? ¿Por qué expresar lo que uno siente es símbolo de fragilidad y no de humanidad? ¿Qué relación tiene esto con la salud mental?
La sensibilidad hace de puente hacia la compresión de los demás. Nos acerca hacia el otro, como legítimo otro. Nos conduce por los senderos de la emoción ajena, como condición de lo vivo y de lo subjetivo. En su sentido, la sensibilidad nos habla de alteridad y de comprensión, de empatía y de cercanidad. Sin ella, seríamos solo seres aislados y mecanizados.
Aun así, también cabe destacar que no todos somos ni debemos tener el mismo sentido de sensibilidad. Partimos de contextos, entornos e historias diversas en tanto que sujetos particulares. Pero esta nos asegura evadirnos de ser sujetos impasibles, dominados y acríticos. La sensibilidad nos proporciona esa abertura del horizonte, nos revela más complejidades de un escenario y por lo tanto nos apodera. En palabras de Alejandro Reisin (2005) “La sensibilidad habilita el pensamiento creativo y éste es fundamental para poder tener una visión crítica del mundo”
Entonces, ¿qué ocurre con la salud mental y la sensibilidad?
Los sujetos con diagnóstico de salud mental han sido expropiados de sus palabras. Sus ideas se han evaporizado dando paso a conceptos borrosos que nada tienen que ver con la razón hegemónica. Por ese mismo hecho, su relación con el entorno solo se ha construido des de la vertiente médica. Sus vidas han sido colonizadas por discursos bastante alejados de lo humano y lo social.
Pero la experiencia y la teoría nos avalan en la crítica de la insensibilización de las personas diagnosticadas. Esas personas tienen una sensibilidad especial, diferente, incomprensible para la mayoría y eso provoca miedos ante situaciones desconocidas. Son sensibilidades diversas que han sido reprimidas por fármacos y especialidades profesionales.
En esta sociedad se aleja la comprensión del otro a un segundo plano, se discrimina aquellos que traspasan la frontera de la individualidad, aquellos que no miran al imaginario social de una forma obediente. La salud mental produce inquietud, y en una comunidad extremadamente individualista es difícil encontrar un lugar a los que ocasionan turbación.
De esta forma, las personas que no responden al modelo inhumano de la sociedad postmoderna, son clasificadas de débiles, de enclenques, de deleznables: de sensibles. Se utiliza como un adjetivo peyorativo, como algo malo que hay que remediar, como un desperfecto, una lacra, un deterioro. En el capitalismo hay que ser fuerte, si no, te pisan y te comen.
Por eso, des de la Educación Social creo que es importante analizar que para subsistir en una colectividad como la nuestra es esencial percibir al otro, notarlo, olerlo, inscribirse en su subjetividad. Hacer este ejercicio de extroversión requiere de otro más profundo quizás, pretende una recóndita mirada introspectiva para ver nuestra propia sensibilidad. Si nos reconocemos como sensibles, podremos reconocer al otro de la misma manera. Así, en el acto educativo o en las prácticas socioeducativas nuestra posición será diferente porque indagaremos en la alteridad des de lo sensible y no des de lo clínico, lo dogmático y lo puramente superficial.
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