Después de los resultados de las últimas elecciones,
recordé un texto del año 2010, de Santiago López Petit donde nos inquiría
abiertamente “Como ciudadanos, actuando en tanto que ciudadanos, ya hemos perdido de
antemano la guerra ¿Y si dejáramos,
entonces, de ser ciudadanos?”
En estos momentos no puedo sentirme más identificado con
sus palabras. Tengo ganas de esconderme del mundo sociológico. Quiero permanecer
en los márgenes y moverme en paralelo a la realidad normalizadora. Navegar por
las sombras de la cotidianidad. Quiero ser sin estar. No pretendo permanecer
cómplice ni participe y ni mucho menos espectador de esta hecatombe política,
económica, social y cultural. Me gustaría ser invisible a ojos de las
estadísticas, los servicios y las encuestas. Quiero dejar de ser ciudadano, en
la medida que lo plantea S. López Petit.
Porque pienso que la sociedad tiene un problema de
identidad endógeno y patológico, porque si no fuera así no encuentro
razonamiento a lo sucedido. No importa si nos roban, nos utilizan, nos
ningunean, utilizan los recursos públicos para intereses políticos o vacían las
harcas públicas. La vieja política, la que nunca ha abandonado este país, sigue
en pie más viva que nunca.
De hecho, estos últimos meses hablaban de la nueva política.
Pero observando “lo nuevo” de este término, solo he conseguido atisbar una
pequeña diferencia; ahora los debates en televisión ya no son a dos bandos; son
a cuatro. Esta ha sido la gran aportación de la nueva política. Centenares de
movilizaciones, mítines y publicaciones haciendo creer en un cambio real a
través del juego democrático postfranquista.
De nuevo, pienso que quiero dejar de ser ciudadano. Y me
gustaría hacerlo para persistir en mis actitudes transformadoras des del
anonimato, haciendo camino en la penumbra. Poco a poco, palabra a palabra y
acto a acto. Pero no creyendo y depositando esperanzas en lo ya conocido, sino
más bien apoyándome en lo que ha funcionado toda la vida, en la afirmación de la
complicidad de lo cotidiano, en la ayuda mutua y la vecindad. “Votar cada cuatro años en verdad no es tan
importante. Es mediante nuestro comportamiento, y en el día a día, como
realmente insuflamos vida a la figura moribunda del ciudadano” sigue
diciendo S. López Petit.
Así, en los actos pequeños de nuestro entorno es cómo
podemos dejar de ser ciudadanos para crear otras realidades, siendo habitantes
activos pero alejados de la gran estafa política e ideológica.
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