En los últimos debates sobre sexualidad y diversidad funcional, y la figura que lo acompaña, se están abriendo caminos que nos conducen a un concepto deslucido por su desmedido uso: la autogestión. Creo que esta significación se interrelaciona y se despliega con la perspicacia libertina que nos ha traído la postmodernidad, la libertad de dejarnos solos ante nuestros actos y asumiendo las consecuencias. Esto se produce sin querer y sin intenciones malévolas, más bien se predica todo lo contrario ya que se evoca a un discurso liberador fortaleciendo el empoderamiento de unas personas que por su diversidad funcional, intelectual, etc, han sido excluidas y discriminadas de (por) todo lo social, cultural y sexual. Pero hay algo de peligroso en ese alegato, algo que nos interpela continuamente ya que ese anhelo de autogestión no contempla una realidad substancial de esas personas, la interdependencia.
La autosuficiencia, o el ser autosuficiente es un mito irreparable condenado y creado por una sociedad superflua y liquida. Lo que comemos, lo que vestimos, la silla donde me siento y todo lo que me rodea está ocupado por elementos de alteridad, de influencia de otros. Por lo tanto, no puedo negar que la alteridad me afecta, me importa y de alguna forma me crea una responsabilidad con el otro. Como decía Lévinas, “es apertura hacia fuera, es infinito”. Es innegable que necesito al otro para forjar mi propio yo, en un escenario perene de relaciones y contextos diversos.
Si nos situamos en la órbita de la diversidad funcional, ese “alter ego” adquiere otra dimensión más reveladora ya que la interrelación entre las dos partes asume un rol de acompañamiento, de soporte, de ayuda. Sobre todo en la diversidad intelectual, donde sería un ejercicio irresponsable no aceptar que se requiere a ese otro para desarrollar ciertas esferas de su vida. En esta concepción coge fuerza la idea de interdependencia, como una dependencia recíproca en la capacidad de ser ese otro. Por lo tanto, hablar de autogestión en según qué personas puede ser contraproducente, nos puede ubicar en una de las contrariedades de la ética práctica; el abandono.
Promover a toda costa y de forma unánime la autogestión, la independencia y la supuesta libertad de escoger con quien desarrollar la erótica acarrea una representación implícita y errónea en cuanto a la no aceptación de que no todos estamos en el mismo punto. La diversidad intelectual (y mucha otra gente) requiere esa figura acompañante, de lo que nosotros llamamos acompañante íntimo y/o erótico (AIE). Esta figura no es antónima de la autogestión, más bien adquiere la funcionalidad de puente hacia ella, pero entendemos que negarla es obstaculizar unas necesidades existentes en unas personas que pertenecen a un submundo ubicado en el extrarradio de la normalidad hegemónica.
Por otro lado, no se pretende una instauración universal de este concepto, ni suspirar una imposición de algo que no es útil y necesario para todos. Al contrario, pretendemos generar contextos y narrativas que promuevan nuevas preguntas, nuevas hipótesis y nuevos escenarios mientras llevamos a la práctica la figura del AIE.
Porque también creemos que la práctica nos da la teoría, nos hace bajar del mundo de las ideas para recabar en lo que estamos haciendo. De esta manera, entiendo que la sexualidad y la afectividad en el ser humano son naturalezas cambiantes, históricas y contextuales. En consecuencia, defendemos un continuo replanteamiento de los métodos, los conceptos y las prácticas que a ella se refiere sin caer en dogmatismos y discursos irrefutables. Ambicionamos y aspiramos a una autogestión de la erótica de todo ser humano, pero queremos acompañar y dar protagonismo a las personas en todo el camino hacia el empoderamiento de su sexualidad, afectividad y erótica. Dando lugar a reflexiones, replanteamientos y discusiones continuas sobre cómo, porque y para quien hacemos las cosas.
La autosuficiencia, o el ser autosuficiente es un mito irreparable condenado y creado por una sociedad superflua y liquida. Lo que comemos, lo que vestimos, la silla donde me siento y todo lo que me rodea está ocupado por elementos de alteridad, de influencia de otros. Por lo tanto, no puedo negar que la alteridad me afecta, me importa y de alguna forma me crea una responsabilidad con el otro. Como decía Lévinas, “es apertura hacia fuera, es infinito”. Es innegable que necesito al otro para forjar mi propio yo, en un escenario perene de relaciones y contextos diversos.
Si nos situamos en la órbita de la diversidad funcional, ese “alter ego” adquiere otra dimensión más reveladora ya que la interrelación entre las dos partes asume un rol de acompañamiento, de soporte, de ayuda. Sobre todo en la diversidad intelectual, donde sería un ejercicio irresponsable no aceptar que se requiere a ese otro para desarrollar ciertas esferas de su vida. En esta concepción coge fuerza la idea de interdependencia, como una dependencia recíproca en la capacidad de ser ese otro. Por lo tanto, hablar de autogestión en según qué personas puede ser contraproducente, nos puede ubicar en una de las contrariedades de la ética práctica; el abandono.
Promover a toda costa y de forma unánime la autogestión, la independencia y la supuesta libertad de escoger con quien desarrollar la erótica acarrea una representación implícita y errónea en cuanto a la no aceptación de que no todos estamos en el mismo punto. La diversidad intelectual (y mucha otra gente) requiere esa figura acompañante, de lo que nosotros llamamos acompañante íntimo y/o erótico (AIE). Esta figura no es antónima de la autogestión, más bien adquiere la funcionalidad de puente hacia ella, pero entendemos que negarla es obstaculizar unas necesidades existentes en unas personas que pertenecen a un submundo ubicado en el extrarradio de la normalidad hegemónica.
Por otro lado, no se pretende una instauración universal de este concepto, ni suspirar una imposición de algo que no es útil y necesario para todos. Al contrario, pretendemos generar contextos y narrativas que promuevan nuevas preguntas, nuevas hipótesis y nuevos escenarios mientras llevamos a la práctica la figura del AIE.
Porque también creemos que la práctica nos da la teoría, nos hace bajar del mundo de las ideas para recabar en lo que estamos haciendo. De esta manera, entiendo que la sexualidad y la afectividad en el ser humano son naturalezas cambiantes, históricas y contextuales. En consecuencia, defendemos un continuo replanteamiento de los métodos, los conceptos y las prácticas que a ella se refiere sin caer en dogmatismos y discursos irrefutables. Ambicionamos y aspiramos a una autogestión de la erótica de todo ser humano, pero queremos acompañar y dar protagonismo a las personas en todo el camino hacia el empoderamiento de su sexualidad, afectividad y erótica. Dando lugar a reflexiones, replanteamientos y discusiones continuas sobre cómo, porque y para quien hacemos las cosas.
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