Después de escuchar y leer los análisis
posteriores a la publicación del famoso informe PISA, me ha sido imposible no
escribir sobre ello. Siento un cúmulo de indignación y perplejidad que
sobrepasa mis límites lógicos y reflexivos.
En primer lugar, y antes de
entrar a comentar las fantásticas aportaciones del Ministro y de la Consellera d’Educació, quería
valorar el concepto del informe en sí. Se entienden sus resultados como la
ejemplificación de la calidad de la enseñanza de un país, pero ¿cómo podemos dejar
que se valore algo tan importante con datos únicamente cuantitativos? No se
tiene en cuenta lo que verdaderamente nutre la pedagogía, que son las
relaciones, las experiencias, los sentimientos y todo aquello que nos hace
sentirnos más humanos. Con informes como este valoramos la calidad de la
educación en función de cómo los alumnos plasman en un papel unos conocimientos
que muy probablemente olvidaran en breve. Entiendo que este método de
evaluación es el reflejo de una educación capitalista y material que solo
concibe los resultados numéricos como objetivos a cumplir. Y yo les pregunto,
¿se puede cuantificar la alegría, la tristeza, las amistades, etc.? La
respuesta es no. Todo aquello vivencial no se puede, ni se debe medir. Claro
está, que yo parto de una perspectiva educativa enfilada desde las teorías de
Neil, Pestalozzi, Ferrer i Guardia y muchos otros que entendieron que la
finalidad del proceso educativo no era alcanzar una meta cuantificable.
Percibieron que la etapa educativa debía ser comprendida como un momento de
desarrollo vital en que los alumnos por si solos, y desde el respeto hacia
ellos, elegían su propio camino. De esta manera, y desde mi humilde posición,
pongo en duda que el informe PISA sirva como baremo para valorar en qué situación
se encuentra nuestra educación. Solo nos sirve para evaluar en qué nivel se
sitúan nuestros estudiantes en relación a tareas repetitivas y metódicas sobre
temáticas poco interesantes.
El otro punto que quería
analizar son las declaraciones de Irene Rigau (Consellera d’Educació de la Generalitat de
Catalunya) y de Jose Ignacio Wert (Ministro de Educación). Argumentaron que si
Cataluña y España han bajado en las puntuaciones es culpa de las fuertes
oleadas de inmigración. Sinceramente, uno se queda sin palabras. ¿Cómo se puede
realizar un análisis tan simple, de una situación tan compleja, desde los
máximos órganos representativos? Que manera de “echar la mierda” a otro, y de
evitar hacer una autocrítica a nivel de gestión política en el ámbito educativo.
Se olvidan de los infinitos recortes, de la precariedad en que se encuentran
muchos centros, de las múltiples reformas ideológicas que ha sufrido el sistema
educativo y de lo más importante, que no se puede culpabilizar a un colectivo
de personas tan diverso y plural de ser los culpables del fracaso que se vive
en las escuelas.
Pero estos hechos también sirven
para darnos cuenta de quien esta en el poder y de su capacidad de análisis y
critica de un informe. Estaría bien hacerles un informe PISA a ellos, seguro
que echarían la culpa a los sin papeles de un posible mal resultado.
El ultimo punto que me gustaría
remarcar es que los países que salen como primeros de la lista son los
orientales, en que en muchos de ellos los niños y niñas son obligados a estudiar
12 o 14 horas al día y la presión social y familiar es tan grande que en
algunas ocasiones lleva a la exclusión social, o al suicidio, a los que no
superan o alcanzan el nivel exigido.
Así, que desearía que nuestros
dirigentes del ámbito educativo analicen con profundidad todo lo que envuelve lo
pedagógico y social, y no se limiten a comprensiones tan superficiales y sin
sentido.