Hace poco leí esta
frase: “Fréderic Gros nos presenta el caminar como un acto de desobediencia”.
Me quedé perplejo. Me costó hallar una relación, no entendía que algo tan
cotidiano resultara ser subversivo o transformador.
Decidí tomar un
paseo para ver si esa idea cogía forma. Mientras iba andando la mente se fue esclareciendo
y la lógica empezó a tomar sentido. Me intereso el tema.
Busqué información
y descubrí a Fransciso Navamuel. Leerlo me ayudo a entender la importancia de
relacionarnos con el territorio des de una óptica cercana y personal. Mirar a
las personas, observar el entorno des de la curiosidad o estar presente en el
momento son actos que se rebelan contra la inmediatez, la impersonalidad y la
rapidez de esta sociedad. Ocupar ese espacio público que en gran medida ha sido
diseñado para alejarnos, nos da una perspectiva crítica interesante para abrir
la mirada sobre las visiones hegemónicas. Nos permite ver que los bancos están
ubicados alejados unos de otros, que los otros espacios para sentarse lo
permiten pero uno al lado de otro, sin verse las caras y que gran parte de la
ciudad no está adaptada a la diversidad humana. Cuando caminas o te mueves con
esa intención, como dice Navamuel “sin intención de producir o consumir” los
sentidos y la mente se despiertan de forma inusual.
La vista ya no está
fijada en una artificialidad electrónica, los pensamientos no responden solo a
los estímulos más conocidos y la capacidad crítica adquiere potencialidad. Todo
lo que tenemos olvidado se vuelve dinámico y aparece una conexión con lo más
primario y genuino.
A medida que
avanzaba reparé en que todo cambiaba lento pero sin pausa, que podía ver los
matices, las peculiaridades y las singularidades de lo que me rodeaba. Se
aparecían ante mí detalles irreconocibles anteriormente, solo capaces de
percibirse andando con esa consciencia alterada.
Empezaba a entender
como el hecho de moverme libremente generaba en mí una sensación deshabitada.
Las relaciones desarrolladas en este plano, aparecen distintas, fuera del lugar
cómodo que nos definen los roles. Eso me inquietaba.
A la vez, por mi
cabeza vagabundeaba la idea de que si se quiere transformar/deconstruir/alterar
esta sociedad, es necesario pasearse por ella, contemplarla en sus entrañas,
conocerla en sus bajos fondos y también en sus plenitudes. Es preciso saborear
sus arquitecturas, sus muros (simbólicos y reales), es ineludible palpar lo que
nos incomoda y lo que nos sorprende. De esta manera, a través de un ejercicio
descriptivo, podremos pasar al acto prescriptivo. En sí, el hecho de pasear por
nuestro entorno nos aproxima dos realidades incomprensiblemente anacrónicas, el
mundo real y el imaginario. Nos presenta lo que vemos y lo que desearíamos ver,
lo que nos gustaría cambiar o proteger. Cuando nos trasladamos des de ese
movimiento, (político, ético y estético) somos capaces de observar cierta parte
de nuestra realidad. Eso, nos lleva a crear el imaginario de cómo nos gustaría
cimentar otra comunidad diferente.
En algún punto de
mi paseo, también entendí como surge la utilidad de lo que F. Careri llama la
“transurbancia”. El circular por un entramado arquitectónico, político y
estético que se entrecruza con elementos culturales significativos de cada
territorio, nos permite acercarnos des de ópticas inexploradas a nuestro
hábitat más cercano. Eso, también nos lleva a percibir las posibilidades
socio-educativas que adquiere lo comunitario.
Porque andando ves
como todo está ideado para y por la inmediatez y la impersonalidad.
Desplazamientos rápidos en medios de transporte (no)colectivos y (no)adaptados
con mapas y señales que nos indican continuamente el camino. Hacia donde
podemos o debemos ir, lo que tenemos o podemos ver… sin dejar lugar a esa
espontaneidad tan necesaria para caminar como práctica política y estética.
Después del paseo
tenía la sensación de haberme desplazado por un lugar desconocido. Como si
hubiera visitado una ciudad desconocida. Fue algo desconcertante pero
inspirador.
Durante esa mañana,
se me abrieron puertas que no quiero que se cierren, es más, deseo que me
lleven a otras puertas que aún están sin abrir.