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dilluns, 22 de maig del 2017

El riu com a metàfora/el río como metáfora

El riu com a metàfora

Estava mirant el riu Segre, pel seu pas per Martinet, a la Cerdanya. Allà, reflexiu, vaig estar pensant en la imatge global que estava presenciant. La meva mirada enfocava un marc concret, un paisatge físic amb elements observables. Els arbres, l’aigua, les pedres, els ocells, el pont, la carretera... tot era allà. Ja coneixia aquell lloc, i evidentment no deixava de ser el riu Segre pel seu pas per Martinet. Però observant atentament veia com en aquella fotografia, els elements eren canviants perquè en un segon l’interior de la imatge havia canviat. L’aigua corre, els arbres es mouen, les herbes es remenen en el riu, els ocells van i vénen. Per tant, vaig entendre com l’interior d’una mateixa imatge, d’un lloc concret, canviava en qüestió de segons. Si es pot notar un canvi en tan poca dilatació en el temps, em vaig imaginar com seria la transformació si tornés en una estació diferent.
Un altre fet important que em va venir, és com estava jo allà. Quina sensació tenia quan observava aquell paisatge, com estava i d’on venia. Eren qüestions importants perquè la meva connexió amb allò que m’envolta no la puc deslligar de la meva situació personal i històrica. Així, davant meu tenia una concepció global però que mutava de forma incessant i que tot allò que em feia sentir mantenia relació amb la meva conjuntura subjectiva. 


Això em va fer pensar en el vincle quasi obligatori que tenia aquella reflexió amb la meva feina. 
Una demanda, una trucada, una atenció o una visita de la mateixa persona en moments diferents necessita ser atesa com un element únic. Aquella persona és un conjunt de construccions que s’han edificat, alterat i mutat amb el pas del temps, igual que la imatge del riu, i per tant necessita ser escoltada i compresa des d’aquesta particularitat que designa un context i un moment determinat. No és el mateix escoltar algú abans de rebre un diagnòstic psiquiàtric que després, ni tampoc abans de perdre o trobar feina, o de viure sol o acompanyat, de rebre o perdre una pensió econòmica o simplement perquè és un dia diferent i “ha baixat molta aigua” des d’última vegada que ens havíem vist... Crec que cal reivindicar aquesta necessitat perquè de fet, el que fem és valorar la persona. Estem donant importància a les seves paraules, a les seves vivències, al seu saber profà i acceptant la subjectivitat variable en funció del context, el moment i la conjuntura.

Al cap i a la fi, és apropar-nos a l’altre des del desconeixement, i a la vegada des de la certesa, que qui té més a dir és qui hi està implicat. 



El río como metáfora 

Estaba mirando el río Segre, por su paso por Martinet, en la Cerdaña. Allá, reflexivo, estuve pensando en la imagen global que estaba presenciando. Mi mirada enfocaba un marco concreto, un paisaje físico con elementos observables. Los árboles, el agua, las piedras, los pájaros, el puente, la carretera... todo estaba allí. Ya conocía aquel lugar, y evidentemente no dejaba de ser el río Segre por su paso por Martinet. Pero observando atentamente veía cómo en aquella fotografía, los elementos eran cambiantes porque en un segundo el interior de la imagen había cambiado. El agua corre, los árboles se mueven, las hierbas se remueven en el río, los pájaros van y vienen. Por lo tanto, entendí como el interior de una misma imagen, de un lugar concreto, cambiaba en cuestión de segundos. Si se puede notar un cambio en tan poca dilatación en el tiempo, me imaginé cómo sería la transformación si volviera en una estación diferente. 

Otro hecho importante que me vino, es como estaba yo. Qué sensación tenía cuando observaba aquel paisaje, como me sentía y de donde venía. Eran cuestiones importantes porque mi conexión con aquello que me rodea no la puedo desatar de mi situación personal e histórica. Así, ante mí tenía una concepción global pero que mutaba de forma incesante y todo aquello que me hacía sentir mantenía relación con mi coyuntura subjetiva.

Esto me hizo pensar en el vínculo casi obligatorio que tenía aquella reflexión con mi trabajo. 
Una demanda, una llamada, una atención o una visita de la misma persona en momentos diferentes necesita ser atendida como un elemento único. Aquella persona es un conjunto de construcciones que se han edificado, alterado y mutado con el paso del tiempo, igual que la imagen del río, y por lo tanto necesita ser escuchada y comprendida desde esta particularidad que designa un contexto y un momento determinado. No es lo mismo escuchar alguien antes de recibir un diagnóstico psiquiátrico que después, ni tampoco antes de perder o encontrar trabajo, o de vivir solo o acompañado, de recibir o perder una pensión económica o simplemente porque es un día diferente y “ha bajado mucha agua” desde la última vez que nos habíamos visto... Creo que hay que reivindicar esta necesidad porque de hecho, lo que hacemos es valorar la persona. Estamos dando importancia a sus palabras, a sus vivencias, a su saber profano y aceptando la subjetividad variable en función del contexto, el momento y la coyuntura.
Al fin y al cabo, es acercarnos al otro desde el desconocimiento, y a la vez desde la certeza, que quién tiene más a decir es quien está implicado.

dissabte, 13 de maig del 2017

a los que no tenemos nada

Parece que no aprendemos. La “crisis del ladrillo” no ha terminado y volvemos al mismo punto de partida. El círculo se cierra. Alquileres por las nubes, ciudades mudándose a la periferia de la periferia, grúas desengrasadas preparadas para una nueva época de trabajo intenso. Y entre todo eso, las personas vamos perdiendo dignidad y calidad de vida.

Cuando hay una brecha, un hueco o una fisura el capitalismo se afana a penetrar con sus garras para alcanzar hasta el último espacio conquistable. Y no con sutileza, sino más bien con despreocupación. Nos pasa por la cara y no podemos hacer nada, o muy poco.

Nos han subido el alquiler. Y que podemos hacer? Cualquier acto de disidencia, de protesta o de lucha sabemos que tendrá el mismo final. Nosotros fuera del piso y otros inquilinos (foráneos esporádicos o conciudadanos con más dinero) ocuparan nuestro lugar.

Ahora se está montando un sindicato de inquilinos. Espero que tenga fuerza, influencia y algo de sentido para parar este holocausto de la vivienda.

Los que no tenemos nada tampoco tendremos dónde ir. O dónde vivir. Porque nos echan, nos expulsan. Los pobres, para el sistema solo servimos en función de nuestra productividad. Más allá de eso no servimos para nada. Molestamos. Vale más un turista. Se gastará el triple o más que tú en una semana, usará muy poco los servicios públicos, y luego ser irá. Sin molestar, ni protestar, ni causar más inquietud que la suciedad que pueda dejar por la urbe. Como mucho perderá una maleta y pondrá una reclamación.

En cambio, los que habitamos estas ciudades, tenemos que ser desterrados. Dónde no haya turistas, dónde no seamos una carga para la sociedad. Para dejar paso a los que hacen más ricos a los ricos. 

Lo alarmante es el silencio de las administraciones. Están viendo como la población vuelve a agonizar por aquello que desató la mayor crisis (política, económica, social) de la era postfranquista, y el mutismo es su respuesta. No pasa nada. Los cruceros llegan llenos, los aeropuertos están colapsados. No hay de qué preocuparse. El dinero corre por sus mesas, las tiendas de grandes marcas facturan lo que deben, el IBEX 35 se mantiene, los hoteles no dan abasto. Todo va bien.


Los que no tenemos nada, seguiremos sin tenerlo, pero ahora alejados y despojados por la avaricia de un sistema que nunca tiene suficiente. Me hace pensar que no hay fin, que todo lo luchado en estos años de crisis ha sido en vano. Los bancos rescatados con dinero público vuelven a funcionar, los "partidos del cambio", de la "nueva política" se han quedado en intento de serlo, y la diferencia de poder adquisitivo en nuestro país es más elevada que nunca. Eso es el ejemplo de que siempre ha ido todo bien. La crisis solo ha afectado a quien debía. 

Los que no tenemos nada, buscamos un lugar para seguir sin tener nada.