Ayer caminé por un barrio de la parte
alta de Barcelona. Justo era la hora en que los alumnos entraban al colegio.
Deambular por esa zona fue un choque,
una tremenda trompa de agua atravesando mi consciencia. Recorriendo esas
calles, observando las fachadas, los edificios, los portales, los comercios o
las aceras noté en mi cuerpo las grandes diferencias que separan unos barrios
de otros. Algunas sensaciones me abrumaban a medida que avanzaba. Nunca había
palpado tanto los contrastes, y mucho menos me había parado a ver que me
sucedía al verlos. Hablo de diferencias arquitectónicas y estéticas que
conllevan una gran carga de consciencia de clase. Detalles, estructuras y
materiales que evocan a una demostración de riqueza y sustento. Son proclamas
del patrimonio. Parece una organización social, cultural y estética homogénea
que representa un estatus económico concreto. Una fotografía de un lugar donde
todo parece harmonioso y placido.
Cuando separaba la mirada de lo
material, y contemplaba a las personas mis prejuicios salieron a flote para
navegar en una marea de sentimientos. Observaba a los niños y a las niñas con
sus trajes de ir al colegio. Las niñas vestían con unas faldas a cuadros y unos
calcetines hasta las rodillas. Los niños llevaban unos pantalones oscuros y
camisa lisa por fuera. Sus padres y madres iban vestidos de forma similar entre
ellos. No puedo negar que noté cierto rechazo. Un rechazo que estoy
convencido que viene condicionado por mi historia personal. Lo primero que he
pensado es que somos habitantes de una misma zona del país pero de mundos diferentes.
De realidades opuestas. Pero a la vez me preguntaba, ¿Por qué siento este
rechazo? ¿Por qué no estoy en paz al vagabundear por estos caminos?
Decidí seguir caminado. Mientras,
reflexionaba sobre esas sensaciones que tenía en el cuerpo. No podía evitar
notar y sentir esas ganas de volver a mi espacio, a mi lugar. Y me sentía mal
por ello en tanto que no conseguía visualizar lo más positivo del momento. Me nublé
y me dejé llevar por esas ideas preconcebidas que no hacen más que presuponer
realidades imaginarias. Pero estos pensamientos son peligrosos en todos los
sentidos y en todas las direcciones. En la reflexión “post caminata” entendí
que surge el mismo efecto cuando defines alguien por su aspecto. Ya sea para
pensar que es un delincuente o que es una persona rica (con todas sus cargas implícitas).
Seguí andando y pensando en mi relación con los simbolismos de esa zona de
Barcelona. De alguna manera, ver todo aquello me recordaba la situación en la
que vivo. Con penurias económicas, sin excesos, sin grandes viajes, contando
hasta el último céntimo… Imagino que al final la comparación y la visualización
de esas vidas tan lejanas para mí fue lo que me atravesó.
Aun así, me demostré otra vez que
caminar des de la consciencia te evoca a repensarte a ti mismo como persona. A
preguntarte de dónde vienes, a donde vas y tu relación con el entorno en el que
vives. Es interesante poder hacerme estas reflexiones sobre mis prejuicios,
sobre como los siento en el cuerpo y sobre como los analizo a posteriori. Y
todo a través del caminar. Desde un acto tan cotidiano que la mecánica de la
vida diaria nos ha hecho olvidar que puede ser una herramienta con mucho
potencial para crecer personalmente y para conocer y transformar el entorno.
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