El tiempo ocupa los primeros
puestos de la escala de valores en la mayoría de las personas. Expresiones como:
si tuviera tiempo y dinero o el tiempo es oro son muy comunes en
nuestro día a día. Quizás es porque el tiempo no se puede recuperar, es algo que
se escapa de nuestro control y avanza independientemente de lo que pase. Mucho
se ha escrito sobre ello, ya en la época de Platón, Aristóteles o Newton y
muchos otros pensadores contemporáneos. La física también se ha posicionado en
la noción de espacio – tiempo, dando lugar a extensas consideraciones sobre este
concepto.
Para mí, el tiempo nos da
estructura. Un segundo está inscrito en una hora, una hora está inscrita en un
día, el día lo está en una semana, la semana al mes, el mes al año y así
infinita y circularmente. Mientras, el sol y la luna se alternan la presencia, cambian
las estaciones y los planteas de nuestro sistema solar van orbitando alrededor
del astro rey. A los humanos, esto nos da seguridad porque podemos enmarcar
nuestra vida en esta estructura. Podemos planear, idear y fantasear estando
seguros que toda esa disposición temporal sucederá.
Pero el liberalismo y
nuestro sistema económico y cultural le han puesto precio y consciencia al
tiempo. Precio en función de nuestra capacidad productora y consumista. Es
decir, nuestro tiempo se valora en relación a lo que podemos producir o
consumir. El tiempo de ocio o de trabajo se tiene que ocupar con tareas, actividades
o quehaceres para no parar. Aquí entra la consciencia. La consciencia que nos
recuerda que parar no es bueno y no nos conviene porque entramos en recesión,
en crisis. Personal, social y económica. Si el país para, se hunde y si una
persona para, se deprime. Quizás porque la vida actual es insostenible, porque
no nos soportamos, porque no aguantamos el dolor que causan nuestras acciones o
nuestra forma de vivir. Quizás porque el capitalismo lo ha invadido todo,
pensando que todo será infinito y que la vida en el planeta será eterna. Quizás
porque hemos tapado toda la miseria comprando cosas que no necesitamos, y ahora
que no podemos hacerlo, petamos.
El virus del COVID-19 nos ha obligado a detenernos, a parar.
A nosotros y al sistema. Y en este parar, irremediablemente nos ha provocado una
mirada interna. ¿Qué no funciona del sistema? ¿Cuánto de efímero es todo esto?
¿Y en nuestra vida, qué no funciona? Y así muchas preguntas que aparecen cuando
paras. Parar es disidente pero doloroso. Porque la incertidumbre y los
malestares ocultos tras la producción y el consumismo, ahora florecen e invaden
nuestros pensamientos. A veces, esto es insufrible.
Por suerte, siempre nos quedará la seguridad inequívoca de que el tiempo, pase lo que pase, avanzará.
Por suerte, siempre nos quedará la seguridad inequívoca de que el tiempo, pase lo que pase, avanzará.
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