El otro día, iba con unos compañeros y de repente paso
alguien que nos desequilibró los esquemas generados culturalmente sobre el género.
Vimos como se acercaba una persona con abundante barba y vello por todo el
cuerpo, pero con vestimentas típicamente femeninas (zapatos de tacón, medias,
un top, etc.) también llevaba los labios pintados, las pestañas resaltadas y
los mofletes coloreados.
La primera respuesta de mis compañeros ante esa imagen
fue de rechazo, de incomprensión, esa persona no entraba en ninguna posición
dentro de su estructura. Se preguntaban: ¿es un hombre que quiere ser mujer? ¿y
qué le gustan, los hombres o las mujeres?
Pienso que el ser humano realiza juicios constantemente
para categorizarlo todo y de esa manera reafirmar su propia identidad, saber en
qué posición se encuentra uno a través de la alteridad. Estos juicios son
utilizados para establecernos en las pautas sociales, siempre partiendo del concepto
de normalidad, que nos brinda lo que socialmente esta aceptado y lo que no. Si se
que yo no soy pobre es porque hay alguien que si lo es. Con el género sucede
exactamente lo mismo. A nivel cultural y social hay unos patrones que hemos
aprendido e interiorizado de cómo debe ser un hombre y cómo una mujer. Y las
diferencias entre ambos remarcan la existencia de las identidades de género. Si
tú eres una mujer y te gustan los hombres, yo soy un hombre y por lo tanto me
gustan las mujeres. Este sistema binario de relaciones, clásico y
funcionalista, se viene abajo cuando vemos una persona como la que vimos. Nos deja
solos ante el vacío, nos abre interrogantes sin respuestas y ante eso surge el
rechazo y la negación. Indirectamente nos manda un mensaje claro, la
masculinidad y la feminidad son elementos identitarios que surgen de hechos
culturales y sociales. Margaret Mead llegó a esta conclusión hace tiempo con
sus teorías antropológicas y etnológicas. Pero aun hoy en día surgen estos
problemas con todos los colectivos de personas que no responden al modelo clásico
de heterosexualidad, y aun más en el terreno de la diversidad funcional. Creo que
todo surge de lo mismo, esas personas transgreden la categorización de lo “normal”
y demuestran que no hay una razón absoluta, universal y única. Y por eso
aplaudo a esa persona que vi, porque a pesar del rechazo social al que seguro
que se debe ver sometidx, aun que sea a sus espaldas, se muestra tal y como es.
También realiza, no sé si voluntariamente, un ejercicio crítico en el momento
en que genera emociones que pueden derivar en una fructífera reflexión. Entiendo
que tal y como definió Goffman (1989) “al encontrarnos frente a un extraño las
primeras apariencias nos permiten prever en que “categoría” se halla y cuáles
son sus atributos, es decir su identidad social.” Así se demuestra como todo
aquello que no entra en nuestros parámetros de normalidad lo definimos des de
fuera, y lejos de intentar comprenderlo, lo rechazamos. Y entiendo que es la
manera por la cual hemos aprendido a relacionarnos socialmente en el territorio
de lo público, para satisfacer la necesidad de estar tranquilos delante de lo desconocido.
De esta manera creo en la idea de deshistoriarizar, en relación a olvidar y
desestimar la historia de los individuos antes de realizar enjuiciamientos. También
soy consciente que en una sociedad exageradamente patriarcal, donde aun hay
dudas sobre la igualdad de derechos en cuestiones de género o de diversidad
funcional, todo esto se encamina en una batalla apoteósica. Pero des de la
educación social, y desde muchos otros frentes como nuestra cotidianidad,
podemos ofrecer la posibilidad de repensar las identidades des de miradas
lejanas que se oponen a la separación binaria y clásica del ser humano.
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