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dijous, 6 de juliol del 2023

Cartografía urgente del oficio de educar

 

Profesionales que todo lo apuntan, todo lo registran, todo lo anotan. La mirada está puesta en las pantallas y en los papeles, dejando huérfana la conexión con el otro. Esto también provoca la negación del espacio para la improvisación. Se funciona y se organiza la vida a modo de horario escolar: ahora una cosa, luego otra y finalmente lo evaluamos. No hay espacio para estar con el otro, ni para estar contigo. Cada hora en una institución está milimétricamente pensada y concretada. Es la forma práctica de actuar, porque si paramos, tendremos que sentir y cambiará la forma de pensar. Y si sentimos, en nuestra profesión puede ser que aparezcan malestares y frustraciones. Porque sabemos que en el mundo social hay cosas que nos incomodan, hay contradicciones, hay discriminaciones, hay vulneraciones y a veces estar con el otro significa replantearse todo esto y dejarlo sentir.

Por eso los protocolos, las guías, las normas, los horarios, las pautas y las evaluaciones tienen su parte importante, pero no pueden eclipsar todo el territorio socioeducativo. Porque entonces jamás sentiremos, solo pensaremos. Y pensar sin sentir, es vivir la vida a medias. Es hallarse en el mundo de la educación social desde la carencia y la privación de una parte importante de nuestra labor: la alteridad. No somos sin el otro, ya lo dijo Nelson Mandela con el “Ubuntu”. Yo soy porque el otro existe. Recordemos que sin esa otrariedad nuestra profesión no existiría. Y parece que hemos olvidado este tributo necesario hacia quien nos brinda la posibilidad de ejercer nuestro oficio. 

También creo que nos hemos embutido en la precariedad y en la dejadez. Hemos naturalizado un sistema circular de perversión, donde las entidades y las administraciones que atienden a lxs excluidxs, tienen parte de responsabilidad de las situaciones que atienden. Y se atienden desde la precariedad y en muchos casos desde la dejadez. Por eso siempre ocurre la misma dinámica una y otra vez. Profesionales sobrecargados que no se pueden dejarse sentir, porque colapsarían y no podrían sostenerlo, y entidades y administraciones que buscan saldar sus cuentas para sobrevivir en un ámbito necesariamente deficitario.

Parece que la educación social está encallada en la salida de una carrera de obstáculos. Y no se pueden saltar las vallas sin antes empezar a correr, aunque tengamos la sensación que hace años que corremos y saltamos. Pero no arrancamos, no surgimos del puesto inicial porque hay algo que nos frena. Quizás la susceptibilidad a perder un trabajo (precario), quizás la mala consciencia de dejar de hacer nuestro trabajo, quizás los miedos personales… no lo sé. Pero tengo claro que hasta que no se valore nuestro oficio, como algo absolutamente ineludible para sostener a la comunidad, seguirnos esperando a ver si alguien nos da un empujón y podemos empezar a circular.


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