Profesionales que todo lo apuntan, todo lo registran, todo lo anotan. La
mirada está puesta en las pantallas y en los papeles, dejando huérfana la
conexión con el otro. Esto también provoca la negación del espacio para la
improvisación. Se funciona y se organiza la vida a modo de horario escolar: ahora
una cosa, luego otra y finalmente lo evaluamos. No hay espacio para estar con el
otro, ni para estar contigo. Cada hora en una institución está milimétricamente
pensada y concretada. Es la forma práctica de actuar, porque si paramos,
tendremos que sentir y cambiará la forma de pensar. Y si sentimos, en nuestra
profesión puede ser que aparezcan malestares y frustraciones. Porque sabemos
que en el mundo social hay cosas que nos incomodan, hay contradicciones, hay discriminaciones,
hay vulneraciones y a veces estar con el otro significa replantearse todo esto
y dejarlo sentir.
También creo que nos hemos embutido en la precariedad y en la dejadez.
Hemos naturalizado un sistema circular de perversión, donde las entidades y las
administraciones que atienden a lxs excluidxs, tienen parte de responsabilidad
de las situaciones que atienden. Y se atienden desde la precariedad y en muchos
casos desde la dejadez. Por eso siempre ocurre la misma dinámica una y otra vez.
Profesionales sobrecargados que no se pueden dejarse sentir, porque colapsarían
y no podrían sostenerlo, y entidades y administraciones que buscan saldar sus
cuentas para sobrevivir en un ámbito necesariamente deficitario.
Parece que la educación social está encallada en la salida de una carrera
de obstáculos. Y no se pueden saltar las vallas sin antes empezar a correr, aunque
tengamos la sensación que hace años que corremos y saltamos. Pero no
arrancamos, no surgimos del puesto inicial porque hay algo que nos frena.
Quizás la susceptibilidad a perder un trabajo (precario), quizás la mala
consciencia de dejar de hacer nuestro trabajo, quizás los miedos personales… no
lo sé. Pero tengo claro que hasta que no se valore nuestro oficio, como algo absolutamente
ineludible para sostener a la comunidad, seguirnos esperando a ver si alguien
nos da un empujón y podemos empezar a circular.
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