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dimecres, 8 de març del 2017

El valor del tiempo entre actividades

Últimamente me están llegando diferentes opiniones y relatos sobre servicios que atienden a personas con diversidad funcional un poco desmotivadoras. Parece que las figuras de los educadores/as siguen ancladas en una colonización del espacio y del tiempo sin tener en cuenta las subjetividades de las personas que atienden. Y eso, desgraciadamente no hace más que perpetuar el dominio de lo irrespetuoso.

Sí que es cierto, que desde algunos ámbitos más generales como Dincat se está trabajando desde las perspectivas de Derechos Humanos y esto ya hace que la mirada vaya encaminándose hacia nuevos derroteros.

Pero después, en el día a día de los servicios algunos empleados te comentan dinámicas que directamente vulneran estos derechos. Al decir esto, a lo mejor alguien piensa que quebrantar los derechos humanos es sinónimo de agresión física o vejación o algo similar. Pero la sutileza de la que quiero dejar constancia es mucho más difusa que esas prácticas inadmisibles.  Son relaciones que quedan disipadas bajo el control autoritario de la educación, bajo aquella biopolítica del poder que definía Foucault. Donde las inercias coercitivas son ejecutadas bajo las relaciones, las palabras, las miradas, los acompañamientos… Es en ese espacio de lo formal donde la libertad de acción de los y las educadoras se convierte en un ejercicio de dominación sobre alguien desposeído y abandonado a las órdenes de sus referentes.

A modo de ejemplo, veo que en las dinámicas de los servicios a veces queda un hueco, un espacio vacío donde poder vehicular la relación usuario-profesional sin necesidad de tener una agenda marcada. Esos momentos de potencialidad donde poder improvisar favorece la proximidad y la sinceridad necesaria para descubrir al otro desde su propia posición. Sin interferencias, de una forma más genuina porque precisamente surge de la espontaneidad. Ya lo he remarcado otras veces, pero es ese “no hacer nada” el que nos puede hacer sentir al otro desde una autentica legitimidad. Pero la necesidad propuesta por la sociedad del consumo, que nos evoca a consumir el tiempo con cosas, objetos, actividades o relaciones, también nos induce a provocarlo en los demás. ¿Podría ser que esto sea reflejo de nuestro miedo a estar solos? ¿Que responda a la necesidad de rellenar el tiempo porque si? Nunca nos han enseñado a estar parados, a escucharnos, a sentir lo que queremos, a notar nuestro cuerpo, a respetarnos… y mucho menos a verlo y hacerlo en los demás.

Pero si a parte, hablamos de colectivos que por tener una forma de estar en el mundo, de interactuar y de relacionarse diferente a la hegemónica quedan en situaciones susceptibles, esto que comento creo que aún tiene más importancia. Porque si desde estos servicios se trabaja más de cara a la galería, nos guste o no se estarán vulnerando derechos humanos.  

Por eso creo que es tan importante favorecer espacios de respeto y de dar lugar al otro. Para asegurarnos que sus derechos son autorizados. Para que el otro pueda decidir, con tiempo y con calma. Para que tanto usuario como profesional se puedan escuchar y mirarse hacia dentro para ver qué les pasa. Para que la atención a las personas se humanice y deje de responder a lógicas mercantiles de producir por producir. Simplemente para que el otro: pueda ser y estar. 

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