Este libro está escrito por una
persona que juega un doble papel. Ella es usuaria de los servicios de salud mental
y a la vez es psicóloga (ejerciendo como profesora, investigadora y como clínica)
He leído mucho sobre estos temas,
tanto en mi formación como por mi cuenta. Pero este libro me aporta una
frescura que hacía tiempo que no encontraba. Precisamente porque pone en juego
muchas de las inquietudes, miedos e interrogantes que tienen las personas con experiencia
propia en salud mental y a la vez las que tienen los profesionales. Explica en primera
persona sus episodios maníacos y depresivos, así con todos los detalles
significantes para ella. Y lo que simbolizaba el tener que lidiar con el
trabajo clínico en una época bastante compleja. Aunque defiende una visión con
apuntes biomédicos, la sinceridad con la que articula sus palabras me parece
brillante.
Hace una descripción elegante y
minuciosa sobre los debates que tenía para aceptar la consciencia de enfermedad.
Sobre todo en la dificultad de “salir del armario” con su entorno, en el
trabajo, con los amigos, etc. Los miedos a ser repudiada, rechazada… Algo muy
habitual, todavía en nuestros días.
Jamison parece una escritora
estructurada, por eso empieza contando su historia desde su infancia. Allí, nos
revela como aprendió una de las actitudes que le costaron varias crisis y mucho
dolor; la falsa concepción de que los problemas se los arregla uno sólo. Ella
venía de una familia de tradición militar donde pedir ayuda con según qué temas
era vislumbrado como un símbolo de debilidad. Y la vulnerabilidad no era (ni
es) algo que debía ser expuesto. Por eso, con los primeros síntomas que tuvo y durante
largo tiempo le costó mucho pedir ayuda, con las graves consecuencias que tuvo
eso en su salud física y emocional. Creo que esto responde mucho al
individualismo fabricado en el capitalismo, en la tierra de las oportunidades
donde corre libremente la falsa idea de que tú sólo/a puedes con todo.
Del mismo modo narra de una forma
genuina los dilemas que sufre con la medicación, con los afectos secundarios,
el autoestigma que suponía tomar ciertas pastillas, etc. En ese aspecto, enlaza
con la importancia de los apoyos en los procesos de experiencias propias en
salud mental. De sus parejas, de los altibajos en las relaciones, del apoyo
familiar y de cómo considera que esas personas le salvaron la vida.
Algo muy interesante que expone en su libro,
también es la ardua defensa de los procesos psicoterapéuticos más allá de la
medicación asignada para ciertos síntomas. Como una necesidad de clarificar
muchas de las turbulencias que viajan por la mente a lo largo de los procesos
maníacos o depresivos. Para poner en su lugar cada pensamiento, para establecer
confianza con alguien a quien le muestra las entrañas de su sufrimiento, para
poder ser más persona en un mundo desquiciado y sobre todo para poder tener
derecho a una posibilidad de crecimiento personal para afrontar desde una vertiente
más humana el sufrimiento mental.
Con esto, me gustaría compartir dos
fragmentos que me parecen imprescindibles tanto por su contenido como por su
fondo.
El primero hace referencia a las
diferencias de género en la salud mental. Hace falta contextualizar este texto
en una época determinada y en un momento concreto, tanto por la expresiones que
usa y como por los datos que detalla. Pero resulta muy interesante esta diferenciación
de género vinculada a los diagnósticos y las oportunidades de recuperación.
La
depresión, de alguna manera, coincide más con las nociones sociales de lo que
deber ser una mujer: pasiva, sensible, sin esperanza, desvalida, condenada,
dependiente, confusa, más bien agobiante y con pocas aspiraciones. Los
episodios maniacos, por otro lado, parecen aplicarse más a los hombres: inquietud,
orgullosos, agresivos, volátiles, enérgicos, arriesgados, grandiosos,
visionarios e impacientes con el statu quo. La ira y la irritabilidad en el
sexo masculino, bajo tales circunstancias, son más toleradas y comprensibles. A
los líderes se les permite mayor espacio para ser temperamentales. Los
periodistas y los escritores han tenido tendencia a asociar a la mujer con la
depresión, en vez de con la manía, lo cual no es de extrañar, ya que la primera
es dos veces más común en las mujeres que en los hombres. Pero la enfermedad
maniaco-depresiva ocurre por igual entre los dos, y como se trata de un
trastorno relativamente común, la manía termina por afectar más a las mujeres,
las cuales, a su vez, suelen ser mal diagnosticadas y, si es que llegan a
recibir tratamiento psiquiátrico, éste es de baja calidad y padecen un gran
riesgo de suicidio, de alcoholismo, de drogadicción y de violencia.
Otro fragmento que quisiera compartir
es uno relacionado con una cita de Robert Louis Stevenson, que la autora del
libro hace suya:
Es
la historia de nuestras amabilidades lo que hace que este mundo sea tolerable.
Si no fuera por eso, por el efecto de las palabras amables, de las miradas
amables, de las cartas amables… Llegaría a pensar que nuestra vida es una broma
del peor de los gustos.
Me parece una cita que debería leerse
en todas las formaciones relacionadas con la atención a las personas, tanto clínicas
como sociales. Toca el punto clave de cualquier relación humana: el afecto, la amabilidad,
el tacto… el amor es revolucionario porque rompe con las jerarquías que desunen,
impuestas en las relaciones profesional-usuario. Porque preguntar desde la
sinceridad y des del afecto puede tener una consecuencia terapéutica mucho más
potente de lo que imaginamos. Escuchar, mirar o tocar cuando es necesario hace
que nos sintamos acompañados y no solo como objetos subyugados a manuales de
instrucción psiquiátrica, médica, social, cultural, etc.
Sin más pretensiones, recomiendo la
lectura de este libro a quien le interesen estos temas.
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